(Crónica de un campeonato)
Y DALE ALEGRÍA A MI CORAZÓN

Llegada de Soso

Y dale alegría, alegría a mi corazón,                                                           es lo único que te pido al menos hoy. 

A Mariano lo conocemos del 2013, cuando llegó con Vivas al Sporting. Lo teníamos grabado en la retina, a partir del episodio suscitado el miércoles 19 de noviembre de 2014 en La Florida, cuando un día antes de enfrentar a Alianza Lima, los hinchas llevaron la fiesta a casa y el rosarino incapaz de ser indiferente, terminó confundido y nadando en aquel mar humano celeste. Un vendaval de emociones y una postal para el recuerdo: el flaco de pie sobre la valla que separaba a hinchas, de futbolistas y comando técnico y una arenga contenida que explotaba infectándolo todo de pasión. 

Él era el asistente técnico que vivía el fútbol como hincha y aquella tarde, cuando lo presentaban en conferencia de prensa, era el febril entrenador que con treinta y cinco abriles, creía que podía comerse el mundo, arrancando por el Perú y su liga de fútbol profesional.


Cazulo y el cambio de posición

Y dale alegría, alegría a mi corazón,                                                      afuera se irán la pena y el dolor.                                                          Y ya verás, las sombras que aquí estuvieron, no estarán… 

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Para muchos, el heredero del linaje futbolístico de Pedro Garay al interior del club; para otros, el símbolo vivo de la denominada “Raza celeste”: Jorge Luis Cazulo es ese jugador que sobre el verde se agiganta y emociona; el enemigo al que nunca debes dar por muerto, el compañero que jamás te abandona.  

Nació en Minas y aunque se crió en Maldonado a orillas del Atlántico, hoy vive en Lima, frente al Pacífico. Perú se ha rendido a sus pies y Jorge en retribución al afecto, se ha hecho peruano conforme a ley. Y es que los tesoros que el Perú le ha regalado (el nacimiento de Isabela y los campeonatos ganados) han calado profundo en el alma del noble uruguayo, que pronto empezó a sentir que su lugar en el mundo, estaba detrás de un balón y al interior de La Florida.

Jorge es un jugador diferente, disciplinado y laborioso, jamás indolente, retraído pero intenso; qué duda cabe que cada movimiento que materializa su cuerpo y cada palabra que abandona su boca, ha pasado inevitablemente por el filtro de su corazón leonino que todo lo enaltece. Él, referente, modelo y nuevo líder de la fuerza ganadora, el capitán tácito de la máquina celeste.

La noche del 31 de enero del 2016, durante la presentación del Sporting Cristal versión Soso, algo llamó poderosamente la atención del hincha: El “Piqui” como llaman desde niño a Cazulo, no estaba en su habitual puesto como cancerbero de la volante celeste, sino se ubicaba como zaguero, último hombre al final del verde, en una alineación que sorprendía a propios y extraños.

Meses después y habituado ya a la nueva posición, llegarían los tiempos difíciles, las críticas arteras, las descalificadoras, las ventajeras. También goleadas vergonzosas como la sufrida contra La Bocana que le daría carne a quienes no daban tregua; a los que no recordaban la partida de Rodríguez, los que ignoraban las estadísticas sobre la defensa menos batida del campeonato. Aquellos, querían olvidar que Cazulo, más que un futbolista es un soldado y como tal, blinda cuando tiene que hacerlo y sale a dar la vida cuando así se lo ordenan.


Crece Aquino

Y dale alegría, alegría a mi corazón                                                      y que se enciendan las luces de este amor. 

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Dicen que el amor es sincronía, que llega en el momento justo; no antes, no después, sino cuando tiene que llegar y eso ocurrió con Pedro. 

Pedro Aquino, es el hincha que se hizo futbolista, el que aprendió desde muy pequeño a querer al Sporting; llegó a los siete años a la Florida de la mano de papá y nunca más la abandonó.

Es el niño que alcanzó el sueño de todos los demás, con la tenacidad de pocos, ha sabido sortear momentos verdaderamente difíciles. Sin ir muy lejos, a comienzos del 2016, el futuro no pintaba tan bien como se ve hoy desde lejos y Aquino había pensado en abandonarlo todo, empezar de nuevo, partir hacia otros pagos e irse del Rímac amando en silencio. Pero cuando el amor es verdadero, uno lucha y las oportunidades se fabrican; así Pedro fabricó la suya cuando Soso lo necesitó para cubrir la ausencia de Lobatón. Aquino respondió como responde siempre, a la altura y Mariano supo inmediatamente que había ganado un nuevo hombre en cancha, un todo terreno.

Y es que llegar a la cima para él, fue solo cuestión de tiempo, mucho más en Perú, donde la funcionalidad de Aquino es atípica. Defensivamente es una fiera hambrienta, que vive al acecho, un paso adelante siempre; y en la ofensiva, el solvente que tras apurar al rival y presionarlo hasta la desesperación, sale pisando el balón, como el más canchero.

Atrás habían quedado las sombras del 2013, el penal errado ante Paranaense, los diecisiete años, la inexperiencia, los constantes cambios de posición en el terreno de juego. El hincha había quedado encandilado no nada más con su talento, sino fundamentalmente con todo su esfuerzo. El romance ya no brotaba únicamente del lado de Pedro;ahora el amor caía de maduro, de la tribuna hasta la cancha y se fundía en un solo sentimiento. Aquino, el hijo predilecto, por fin tenía el lugar que merecía, tras catorce años en Sporting Cristal, había llegado su momento.


El camino hacia los Play-Offs

Y dale alegría, alegría a mi corazón,                                                          que ayer no tuve un buen día por favor… 

A inicios del 2016, el hincha celeste soñaba esta nueva etapa. Con Soso al frente, el estilo Bielsa revivía, este Cristal estaba listo para alcanzar la estrella número dieciocho, justo en sus sesenta años de gloria y alegrías 

La primera prueba, La Libertadores, sabía a deuda y había que sacarla adelante porque el Sporting es un equipo copero. A los hinchas celestes no se nos puede pedir que no soñemos con la Copa, porque una vez casi acariciamos el cielo.

En esta ocasión, con el novel Mariano al frente y en un año de cambios, quedamos afuera de una llave accesible, con equipos que no eran ni la sombra de lo que fueron ayer, con jornadas para el olvido. La relación entre hinchas, jugadores y cuerpo técnico, comenzaba a sufrir los primeros estragos.

Tras morder el polvo, se consiguió recoger uno a uno los pedazos rotos del Sporting Cristal que dejó la eliminación de la Copa Libertadores 2016. Con la intención de parchar el vidrio quebrado, el técnico viraba su interés y redoblaba sus esfuerzos hacia el torneo doméstico; pero en Lima y en casa, las cosas tampoco eran diferentes: Un delantero que no estaba a la altura del encargo, un enganche lesionado, nos dejó nuestro goleador y el mejor de nuestros defensas consideraba que merecía más de lo que se le daba en el Rímac, motivo por el cual partía diciéndonos adiós y dejándonos –literalmente- un agujero inmenso por llenar en la zona posterior. Todo apuntaba a que el destino se empeñaba en hacer del sueño de Soso, la peor de nuestras pesadillas.

Cuando todo parecía perdido, cuando en las tribunas solo se oía de frustración y resentimiento, Mariano optó por el instinto y le dio cabida a aquellos que esperaban su turno entre las sombras; aquí se comenzó a escribir esta historia de alegrías sobre el ímpetu de Aquino, la velocidad de Sandoval, la inteligencia de Rojas, la sobriedad de Bernaola. Mención aparte el trabajo diligente y esforzado de Calcaterra, quizás el jugador más regular del Sporting Cristal en los últimos años, la llegada de Céspedes, el coraje de Ifrán, el toque fino de Ramúa.

Pareciera que a partir del despertar de los soldados más jóvenes, “El Pelotón del sargento Soso” devolvía el objetivo al frente: alzarse con el campeonato nacional.


La final contra Melgar

Y ya verás, como se transforma el aire del lugar                                  y ya verás, que no necesitaremos nada más.                                               Y ya verás, bebamos y emborrachemos la ciudad… 

El año pasado, en Arequipa, la victoria nos había sido esquiva por un simple capricho del destino. En el vértigo de un partido disputado a sangre y fuego, concluido el tiempo oficial, Jorge Cazulo, el mejor soldado rimense, caía vencido; entonces, con el corazón destrozado por la derrota, creímos por primera vez que el fútbol, el deporte más hermoso de todos, había sido mezquino con nosotros. 

Ya recuperados del mazazo del 2015, en diciembre del 2016 escribíamos un nuevo y decisivo capítulo del sueño por la estrella dieciocho. A diferencia del año anterior, los de Cuarto Centenario llegaban como favoritos y nosotros, tras enfrentar a Municipal en una semifinal de infarto, llegábamos arañando la Copa Movistar, con más huevos que argumentos.

Noventa minutos iniciales de una batalla con sabor a revancha, con aires de segunda oportunidad para muchos de los jugadores en cancha y el travesaño lograba ahogar hasta tres veces nuestro grito furioso. Reavivando los fantasmas del pasado, el goleador de los locales, ponía al rojinegro arriba en el marcador, hasta que desde los doce pasos un Ifrán con la sangre fría de un mercenario, nos daba la tranquilidad de un empate, dejando tensos los músculos y en stand by la alegría.

De regreso, en Lima, la situación se presentaba completamente diferente; por primera vez en mucho tiempo, el Nacional lucía un lleno de banderas, grandes y chicos acudían en familia vestidos de celeste, uniformados como la gran legión de valientes que soportaron un año duro futbolísticamente, sin dejar de querer y creer. 

La tarde del 18 de diciembre de 2016, llegamos uno a uno al José Díaz, hasta colmarlo todo, para demostrarle al resto de equipos, que este sentimiento que habita nuestros corazones no es pasajero: que la casta de campeones viene inscrita en nuestro ADN y que la celeste es una raza que no claudica, jamás abandona.  

Y aunque aquella tarde no nos regalaron el grito perfecto, los once de Mariano nos dieron una cátedra de amor propio y de coraje pocas veces vista. Con un jugador menos desde el arranque del segundo tiempo, los celestes tenían en mente un único objetivo: ser campeones y lo conseguirían ante su gente, frente a su hinchada en el año sesenta y uno de vida.

Más allá de las decisiones, los nombres y las acciones, al final del camino, solo quedan los hombres. Cuando esos hombres entienden que en sus manos está la alegría o la tristeza de un pueblo entero, ellos se convierten en héroes y allí radica la magia del fútbol, que convierte en semidioses a los mortales y en héroes a los valientes.

Que en nombre del fútbol quede grabada esta historia, porque no todas son lindas, porque no todas traen goles, pero finalmente saben igual de bien, saben a gloria.

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